Poder, educación y debate

Jun 6, 2011

Christian Moscoso

Es día de graduación en nuestro Programa y debo enviar esta columna. La escribo en medio de una gran polémica acerca de nuevos proyectos hidroeléctricos en Aysén y termoeléctricos en el norte. Mi pensamiento se dirige hacia el tema del propósito del poder, el de la educación y los mecanismos de implementación más adecuados.
Al regresar a la Universidad de Chile, mi querido amigo Manuel Zamorano comentó “vas a ir a cambiarle el pensamiento a los muchachos”. Sorprendido, le pregunté por qué opinaba así, a lo que respondió que, en su opinión, la educación actuaba “modelando” a los estudiantes.

Fue mi maestro Phillippe de Woot quien me “modeló” en la idea de que el poder puede ser ejercido para servir a los demás o para dominarlos. Poder de servicio o poder de dominación. Ello se refleja no sólo en nuestros mecanismos de educación, sino también en la calidad y profundidad de la democracia que tenemos o queremos tener.

No me refiero a la democracia partidista, de la competitividad por el poder. Me refiero a la democracia basada en el debate ciudadano en busca del bien común; especialmente a la creación de condiciones dentro de las cuales podamos hablarnos unos a otros y juntos tomar una decisión para el bien común. En política energética, por ejemplo.

Creo que el debate democrático es el fundamento del poder de una nación. Ello requiere más que una simple votación, parlamentaria o funcionaria. Implica exponer con fundamentos legítimos (que no son privados ni solamente cuantitativos, sino también proyectos de vida y percepciones) e implica hacerse comprender, escuchar atentamente, comprender todo lo que nos preocupa como comunidad, debatir en búsqueda del bien común y decidir según algún mecanismo democrático. Es ese proceso de aprendizaje profundo el que hace a una nación poderosa.

El problema es el significado contemporáneo del verbo “enseñar”. Enseñar viene del latín docere. Pero esta expresión también origina la palabra “dócil”, que actualmente se entiende como “sumiso”. La educación pasa a ser la amenaza de imponer nuestras propias convicciones a otros, exigiendo sumisión y privándolos de su libertad para pensar por ellos mismos.

“Dócil” se comprendía antes etimológicamente. Significa “educable”, lo que no evoca ningún servilismo o sumisión. La educación debe buscar iniciar a la gente en el debate. El profesor no sólo debe instruir a los estudiantes, debe escucharlos o, como señala Timothy Radcliffe, desafiarlos a responderle. La esencia de la enseñanza debe volver a ser, como en el Medievo, la quaestio disputata, la “cuestión debatida”.

¿Queremos crear siervos o amigos? Pensar no debe ser un acto solitario. No somos seres solitarios, existimos sólo en relación con otros. La actividad de pensar es una actividad social: somos iniciados en la discusión, aprendemos a compartir ideas, a escuchar, a argüir. Pensar y debatir es una iniciación a la comunidad humana. Debemos rediseñar y diseñar los mecanismos, a fin de ser una nación poderosa.

Christian Moscoso es director académico del Postgrado Internacional en Economía de Minerales de la Universidad de Chile, director de InverChile S.A. y de Atacama Resource Capital.

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