Salmones y truchas en la Patagonia: la invasión ha finalizado

Ago 25, 2023

En los últimos meses, diversas figuras del gobierno han unido sus voces a las de representantes de algunas organizaciones ambientalistas para destacar que el salmón de cultivo es una especie invasora en la Patagonia. De esta manera, se argumenta que su erradicación es crucial para salvaguardar el entorno y proteger los ecosistemas. Sin embargo, como […]

En los últimos meses, diversas figuras del gobierno han unido sus voces a las de representantes de algunas organizaciones ambientalistas para destacar que el salmón de cultivo es una especie invasora en la Patagonia. De esta manera, se argumenta que su erradicación es crucial para salvaguardar el entorno y proteger los ecosistemas. Sin embargo, como académico e investigador, noto que el concepto de «especie invasora» se desea aplicar con fuerza en el caso de los salmones y truchas de cultivo, pero se pasa por alto o se suaviza al referirse a los salmones y truchas de vida libre que sustentan actividades como la pesca deportiva, la pesca artesanal y el turismo relacionado con el salmón. Esta discrepancia sugiere que el término «invasor» se usa con objetivos ideológicos, más que con un genuino interés en la preservación del medio ambiente.

Al respecto, me parece preocupante el desconocimiento que algunas de nuestras autoridades, tienen acerca de la importancia socio-ecológica que los salmónidos de cultivo y de vida libre en el Sur de Chile. Al parecer, no solo pasan por alto los impactos positivos que estos organismos generan en la economía nacional, sino que además ignoran que el salmón ya es parte de la cultura de muchas ciudades, pueblos y territorios de la Patagonia. Por ejemplo, los salmones son responsables del mayor impulso económico que ha tenido la Patagonia en las últimas décadas, beneficiando de paso a muchas comunidades de acuicultores, pescadores recreativos y artesanales que dependen de ellos como recurso vital en las regiones más remotas de nuestro país.

Tanto en la Patagonia chilena como en la Argentina, hay ciudades que se autodenominan «la capital del salmón», y algunas de ellas celebran la fiesta del salmón desde hace más de dos décadas. El impacto positivo de los salmones en Chile es tal que diversas entidades, tanto privadas como gubernamentales a nivel local, regional y nacional, promocionan las virtudes del salmón chileno a nivel mundial. Todo esto me lleva a una pregunta clave: ¿Cómo puede una especie invasora formar parte de la cultura de una comunidad? Para mí la respuesta es sencilla: la invasión ha finalizado.

Desde una perspectiva puramente ecológica, en la que el ser humano también desempeña un papel, los salmones y truchas son depredadores topes, y como tales, ejercen un impacto profundo en las tramas tróficas en las que se encuentran. Evidencias experimentales en ecosistemas acuáticos, incluyendo algunas bien conocidas de la costa de Chile, demuestran que la introducción o eliminación de un depredador tope puede alterar drásticamente la estructura ecológica en pocos años.

Si consideramos que los salmones y truchas fueron introducidos en Chile a fines del siglo XIX, ¿es justificable argumentar, después de más de un siglo, que la invasión continúa?. La respuesta es muy probablemente no, al menos para las primeras especies que se introdujeron, como el salmón Chinook y la trucha arcoíris. Su presencia actual es tan generalizada en el centro y sur de Chile que las autoridades pesqueras establecieron hace décadas medidas para una adecuada realización, por ejemplo, de la pesca recreativa. De hecho, desde Valparaíso hasta Magallanes, las medidas incluyen entre otras la obligación de devolver a su hábitat todas las especies salmonídeas capturadas o la autorización para capturar ejemplares hasta 15 kilos. En este punto, el concepto ecológico de invasión es débil, pues ninguno de los criterios que se usa para clasificar una especie como invasora se relaciona con la temporalidad de la invasión.

Los ecosistemas acuáticos son sistemas complejos pero dinámicos, por lo que me resulta difícil pensar que aún no se haya alcanzado un nuevo equilibrio en la Patagonia en la que los salmones y truchas ya no son invasoras, sino que son parte de él.

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