La sequía en Uruguay recientemente alcanzó un nivel crítico: Montevideo quedó al borde del desabastecimiento de agua potable. La falta de inversión en infraestructura es una de las principales causas por las que el país llegó a esta situación límite, según expertos de diversos ámbitos.
El camino de Chile ha sido distinto: tanto el sector empresarial como el Estado llevan décadas invirtiendo y trabajando en medidas de adaptación para reducir el riesgo hídrico. La construcción de plantas desaladoras se circunscribe en este objetivo público-privado. Actualmente, 22 plantas se encuentran operando, con un caudal de producción de 8.500 litros por segundo, destinado en un 80% al sector minero y un 20% al agua potable urbana y rural, y están concentradas principalmente en la zona norte del país. A su vez, 21 proyectos están en fase de evaluación o desarrollo, los cuales podrían aportar una producción adicional de más de 26.000 litros por segundo.
La mayor parte de estos proyectos corresponden a plantas multipropósito, es decir que proveen de agua tanto a desarrollos productivos como a comunidades. Sin duda, son una respuesta sostenible que viene a dar tranquilidad en un país permanentemente azotado por la crisis hídrica. Sin embargo, para garantizar este impacto positivo se deben asegurar todos los puntos de la cadena, desde que se extrae el agua del mar hasta que es utilizada en operaciones mineras o consumida por el ser humano. Y eso, por supuesto, plantea un importante desafío.
Un aspecto fundamental para esto es el monitoreo permanente. Medir el agua continuamente en todos los puntos es una medida que debe considerarse esencial en tanto provee información clave para asegurar la eficiencia y sostenibilidad del proceso, sobre todo considerando su inversión, extensión espacial y consumidores finales.
Hoy en día, los costos de inversión promedio son del orden de 2.000 US$/m3/d de capacidad instalada con un consumo energético de 3.5 kWh/m3. Estos valores no incluyen la inversión ni los costos operacionales del sistema de transporte e impulsión del agua hacia los puntos de consumo finales, los cuales pueden llegar a estar situados a más de 200 kilómetros de la costa y a 3.000 metros sobre el nivel del mar. Las pérdidas de agua en sistemas presurizados de gran extensión, se encuentran, de manera conservadora, del orden del 20-25%, las cuales podrían disminuir considerablemente con un sistema de monitoreo de los flujos. Por ejemplo, en el caso de Israel, país pionero y líder en desalación y gestión eficiente del agua, las pérdidas lograron reducirse a un 10% gracias a la incorporación de tecnología de monitoreo continuo y control de presión sobre su sistema de transporte y distribución de agua.
A su vez, el monitoreo permanente contribuye en identificar eventuales roturas y fallas del sistema, generando así alertas tempranas que permitan una respuesta oportuna, evitando cortes de agua que puedan dejar a miles de personas sin suministro e interrupciones productivas de operaciones mineras completas. Estos eventos conllevan graves consecuencias tanto en el ámbito social como económico.
Chile tiene una gran oportunidad de dar paso a un desarrollo sostenible en esta materia, con lo cual generar un sistema robusto y resiliente apoyado por la tecnología debiese ser una tarea prioritaria hoy de cara al futuro.

