Hace unos años, a una empresa miembro de la AIC le correspondió realizar trabajos en terreno para una importante minera, los que tenían una programación de 15 días, pero apenas comenzó aparecieron los inconvenientes. Todos los profesionales, técnicos y operarios, tuvieron que pasar los exámenes de altura geográfica, a pesar de que los trabajos se desarrollarían a una cota de 800 metros.
Además de los exámenes de conducir (“sensométricos”), se debían cumplir los exámenes “psicosensométricos”, los cuales sólo se daban en la ciudad más cercana, un día a la semana, debiéndose pedir hora con anticipación, y los cupos eran limitados, lo que implicaba que no todos los choferes podrían cumplirlo.
Hubo que aceptar un turno de 5 x 2, a pesar de que los trabajos fueron programados en forma continua.
Por estar en el campamento del mandante, se exigió que el almuerzo fuera en sus instalaciones, muy distantes al lugar de los trabajos. Todas las mañanas había charla de seguridad a las 9 AM en el campamento y luego a las 11 AM en terreno, para pronto volver a almorzar al campamento.
Al cabo de una semana, el avance era casi nulo, por lo que se habló con el prevencionista de riesgos de la minera en busca de una alternativa más operativa. Muy amablemente accedió a dictar el curso diario a las 7 AM en el campamento y a las 9 AM en terreno; sin embargo, no aceptó la sugerencia de llevar una colación sencilla a terreno, para evitar los viajes hacia y desde el campamento. La razón fue que se debía tener un comedor apropiado, pero lo más importante, que si ellos entregaban un pan que resultaba “rancio” podían ser víctimas de una demanda, además del peligro de intoxicación que ello implicaba. No recuerdo haber oído nunca otro argumento de ese calibre.
Cuando se le explicó que había mucho más riesgo al manejar dos horas ida y vuelta al campamento por caminos de tierra, estuvo de acuerdo, pero indicó que no podía cambiar los procedimientos.
Finalmente, un estudio de 15 días se transformó en uno de dos meses. Lo anterior no sólo significó una bajísima productividad, sino que también mayores riesgos que los necesarios, debido a los evitables desplazamientos impuestos.
Los hechos narrados son estrictamente verdaderos y, con el tiempo, este tipo de situaciones se ha hecho más frecuente. Así, hay empresas que ya no ofrecen sus servicios a determinadas mineras, ya que no están dispuestas a sufrir la irracionalidad de algunos de los procedimientos normalmente relacionados con prevención de riesgos.
Hay un dicho que dice “el que nada hace nada teme”. Sin embargo, lo que estamos viendo hoy en el rubro es algo más parecido a “el que todo teme nada hace”, elevándose significativamente los costos de un sector gravitante para la economía nacional.
Dada la relevancia de la seguridad en este sector, creemos que las compañías mineras debieran enfocarse en la ejecución eficiente y segura de los trabajos. La eficiencia sin seguridad es sinónimo de accidentes y la seguridad sin eficiencia lo es de improductividad. Si bien hemos sido testigos de una considerable mejora en los índices de accidentabilidad, creemos que habría mayor mérito al lograrlo sin afectar severamente la productividad, como está sucediendo en estos días.