Con una misa de réquiem que será oficiada en el Templo Parroquial El Salvador de Chuquicamata en horas de la mañana de hoy y, romerías a los cementerios de Calama y del mineral, serán recordados los 22 trabajadores fallecidos en el accidente del 5 de septiembre de 1967.
De ese modo, los mineros rendirán honor a los difuntos y les recordarán en su sacrificio y sus esperanzas. De paso llevarán un consuelo a las familias que nunca han podido olvidar esa horrenda tragedia que les quitó a sus seres queridos.
Los antecedentes los proporcionó Rubén Bustamante Fuentes, en nombre de la comisión organizadora de esas actividades lideradas por los trabajadores de la Unidad Tronadura de la Superintendencia Perforación y Tronadura.
Los organizadores invitaron a todos los habitantes de la Provincia El Loa a participar en esos homenajes que tendrán lugar el 5 de septiembre, al cumplirse 38 años del dramático suceso.
Las víctimas
Las plegarias traerán al recuerdo de los mineros y de la Provincia El Loa en general, los nombres de los 22 trabajadores que ofrendaron sus vidas y pasaron a la historia de los héroes de la minería chilena.
Ese día inscribieron su nombre en la inmortalidad: Enzo Guerrero Pastén, Ramón Puelle Castro, Héctor Pizarro Cortés, José Díaz Ortega, David Zepeda Zepeda, Luis Tapia Ovalle, Oscar Soza Salinas, Geroncio Oliva Codoceo, Jorge Villalobos Páez, Luis Alburquenque Portilla, Jorge Castro Gallardo, Luis Galleguillos Copa, Maximiliano Peredo Fuentes, Pedro Vargas Torres, Luis Sola Escutti, José Carvajal Castro, Arturo Castro Gallardo, Pedro García Gavia, Juan Rojas Romero, Oscar Mendizábal Castillo, José Saavedra González, Felipe Rojas Urquieta.
Todavía recordamos el estremecimiento del polvorazo del 5 de septiembre de 1967.
Los calameños salieron a mirar hacia Chuquicamata y a convencerse que la desgracia había llegado nuevamente.
El mineral lucía una corona de polvareda, como nunca. Cercana y distante al mismo tiempo, la muerte confundida entre el polvo de tierra empañó el esplendoroso sol que había anticipado un día lindo.
Para colmo era martes, un día hecho para la superstición y los malos presagios. A las 8.40 horas, la faena de cargar tiros había avanzado mucho. No se trataba de tiros cualesquiera. Estamos hablando de toneladas de explosivos en cada carga. Ningún augurio negativo. A esa hora, Pedro González, quien fue designado para impedir el paso de las personas y los vehículos al banco C-2 donde se preparaba la tronadura, dio vía libre al camión rojo número 288 cargado con 180 sacos de «sanfo» de 100 libras cada uno, 40 cartuchos de «Hidrogel B» de 50 libras cada uno y 10 cajas de detonantes «Primera A.P.D:». Otro camión rojo que ya estaba en el lugar, tenía una carga similar.
A las 8.53 horas, Pedro Reinoso y Benedicto Domínguez partieron del lugar, para buscar palas con el fin de rellenar los hoyos de las cargas. Se habían alejado del sector, poco más de 70 metros y escucharon un estallido que los ensordeció y al mismo tiempo los elevó lanzándolos a por lo menos ocho metros. No entendían nada, no sabían nada, sólo sabían que estaban allí.
Eran las 8,57 horas. Ningún calameño, a 18 kilómetros del lugar del hecho quedó indiferente. En Conchi Viejo, en Chiu Chiu, por la ruta a Tocopilla, mucha gente también debió estremecerse. La polvareda causó una nube que apagó el sol.
Pedro Reinoso Salazar, de 62 años, sobrevivió milagrosamente de esa tragedia ocurrida hace 38 años y la debida oportunidad refirió lo ocurrido calificándolo de inolvidable.
Todo ocurrió en el Banco C-2 de Chuquicamata, cuando una gigantesca explosión le costó la vida a 22 trabajadores. El formaba parte de la cuadrilla destinada a cumplir con el tradicional «polvorazo» de la mina. Ese día las labores eran rutinarias para los mineros acostumbrados al rigor del desierto. Pasadas las ocho y media de la mañana y cuando estaban en plena colocación de los «tiros», vino el caos. Eran exactamente las 8.57 horas cuando una violenta explosión sacudió todo. Un hongo similar a una bomba atómica nubló el cielo con dolor y llanto.
Cuando pudo recuperarse del impacto miró a su alrededor y no observó nada. Nada quedaba de sus compañeros, sus amigos, camaradas de jornada. Todo se esfumó dando paso a la tragedia. «Fueron momentos de verdadera angustia, de incredulidad, cómo pudo suceder, por qué, son las preguntas que siempre nos acompañan».
El sobreviviente de la fatal explosión sólo sufrió un hematoma en el estómago a raíz de los efectos de la onda expansiva, pero después de permanecer dos horas en el hospital «Roy H. Glover» pidió ser dado de alta. Estuvo muchos días afectado por una depresión.
Otro de los sobrevivientes fue Eusebio Hernán Escudero Garrido, dejó el mineral después de trabajar 35 años y 6 meses. También alguna vez relató la dramática experiencia. Se fue a vivir a Antofagasta.
Había llegado a Chuquicamata en 1959. Nacido en Mejillones, criado en Huasco, se vino al mineral apenas cumplido su servicio militar. El accidente lo sorprendió en la función de «Controlador de Explosivos». Es decir, el encargado de enviar los explosivos en los camiones y después recibir las cantidades restantes o «las sobras».
Contaba que «estaba en el polvorín. Dos de los cuatro camiones que llevaron carga para la tronadura estaban de vuelta con las sobras. En ese momento escuchamos el estruendo. Luego, un enorme hongo se levantó sobre el mineral, igual que la bomba atómica. No quedó nada. El hongo no sólo parecía la bomba atómica, sino que fue la bomba atómica».
La preparación del polvorazo había comenzado el día anterior al 5 de septiembre de 1967, cuando ocurrió la tragedia.
Recuerdo
Rubén Bustamante Fuentes, uno de los integrantes de la comisión organizadora de los homenajes explica las causas del recuerdo imborrable.
«Aparte de que fueron nuestros compañeros de trabajo y compartieron los mismos afanes e inquietudes de todo hombre de trabajo, cada una de sus vidas representa para nosotros un testimonio de sacrificio y una llamada de alerta a toda persona. Esto es porque, con sus muertes tan horrendas ellos dijeron al mundo que no es fácil el trabajo en la minería. Como nosotros, ellos se alegraron a la hora de recibir sus salarios para poder llevarlo a sus hogares, porque sabían que ahí estaba la esperanza de mejor vida para sus familias, educación para sus hijos y también la seguridad de tener ocasión de compartir con sus compañeros y amigos. Pero, el salario es un resultado natural del trabajo, un resultado sagrado, porque revela que gracias a Dios no estamos inútiles, sino que desarrollamos una vida que merece ser vivida. Esas vidas bien vividas y merecedoras de permanencia son las que no podemos olvidar. Todos nos vamos a morir, sin duda, pero nuestro recuerdo apunta al agradecimiento de quienes abonaron el camino para que Chuquicamata siga siendo lo que es. No hay plan que pueda tener éxito sin el trabajador. Esa seguridad es la que tenemos a la vista para rendirles homenaje. Por eso es que invitamos a toda la comunidad a participar en los homenajes, a ir a la misa, a la romería, para que juntos rindamos un homenaje a quienes murieron para que nosotros pudiéramos disfrutar lo que hoy tenemos».
Fuente/El Mercurio de Calama