La desaceleración de China y sus implicancias para Chile

Mar 31, 2014

Un estudio reciente de JPMorgan Chase Bank estima que una caída de un punto porcentual (pp) en el crecimiento de China tiene un impacto directo e indirecto, acumulado en cuatro trimestres, de 0,46 pp en el PIB mundial.

(El Mercurio) Una de las principales preocupaciones en el entorno externo hoy es la desaceleración que está experimentando la economía china. Dado el tamaño de China y la importancia que tiene en la demanda por productos primarios, su desaceleración tendrá efectos en el producto mundial y, especialmente, en los países exportadores de estos productos.

De hecho, un estudio reciente de JPMorgan Chase Bank estima que una caída de un punto porcentual (pp) en el crecimiento de China tiene un impacto directo e indirecto, acumulado en cuatro trimestres, de 0,46 pp en el PIB mundial, que se descompone en un menor crecimiento de 0,21 pp en los países avanzados y de 0,73 pp en los países emergentes.

Otro estudio, «Investment-Led Growth in China: Global Spillovers» del FMI, muestra que los países más afectados, entre aquellos exportadores de productos primarios, serían Chile y Zambia, en ese orden. En el resto de esta columna examinaré la problemática que enfrenta China y sus implicancias para la economía chilena.

En los últimos 35 años, China ha sido uno de los países más exitosos en acortar su diferencia en el producto per cápita con los países avanzados. Mientras el PIB per cápita de China se redujo en el período 1800-1950, y creció en torno al 3% al año en el período 1950-1978, a partir del año 1978 -año en que se inician las reformas- da un gran salto, alcanzando tasas de crecimiento superiores al 8% al año.

Este es el período en que el PIB creció a una tasa promedio anual en torno al 10%. Estudios especializados concluyen que el principal factor detrás de su salto en el PIB per cápita ha sido el aumento en la productividad, que fue impulsado por la liberación parcial de la agricultura, la reducción de las distorsiones en el uso de recursos, la reducción de las barreras al comercio interior y exterior, la migración del campo a las ciudades y el aumento en la inversión.

Como resultado, el peso de China en la economía mundial ha aumentado considerablemente. Con base en los datos del FMI, su PIB en paridad de poder de compra (ppc) pasó del 2,2% del PIB mundial en 1980 a 14,7% en el 2012. En tanto, el PIB per cápita, también en ppc, subió de US$ 253 en 1980 a US$ 9.055 el año 2012. A modo de comparación, esto significó que pasara de tener 1/7 del PIB per cápita de Brasil a tener 4/5. Pero esto no es todo. Se estima que en el mismo período 500 millones de chinos salieron de la pobreza.

Sin embargo, el crecimiento del PIB ha perdido fuerza en los últimos dos años, alcanzando ahora tasas anuales en torno al 7,5%. Parte de esta desaceleración tiene que ver con la dificultad de mantener altas tasas de crecimiento a medida que la brecha de ingreso per cápita con los países avanzados se va reduciendo y parte de las ganancias fáciles de eficiencia se van agotando. Son pocos los casos en el mundo donde un país puede mantener una alta tasa de crecimiento por más de dos décadas, y China ya era una excepción.

Por otra parte, a partir del año 2008, para enfrentar los efectos de la crisis de los países avanzados en el crecimiento de sus exportaciones, el gobierno promocionó una fuerte expansión de la inversión de los gobiernos locales y de las empresas estatales que creó problemas de exceso de capacidad, burbuja en precios de activos y alto endeudamiento. En paralelo, China enfrenta problemas medioambientales y de envejecimiento de su población.

Para enfrentar estos problemas, el nuevo gobierno, que asumió hace poco más de un año, ha impulsado una serie de reformas orientadas a fomentar el consumo interno, darle otro impulso a las migraciones del campo a las ciudades, controlar el crecimiento del crédito y de la banca en las sombras -que opera fuera del sistema regulado y que ha expandido sustancialmente el crédito a los gobiernos locales y al sector inmobiliario-, resolver las dificultades de restricción presupuestaria y falta de ingresos permanentes de los gobiernos locales.

Las reformas apuntan a darle al mercado un mayor rol en la asignación de recursos, reforzando la regulación macroeconómica y financiera y de los mercados. En paralelo, el gobierno impulsa una mejora en la provisión de servicios públicos, en la protección social y la protección del medio ambiente.

Rebalancear la composición del producto hacia el consumo interno, manteniendo un alto crecimiento, no ha resultado fácil por la oposición de los grupos de poder que se han beneficiado del bajo costo del capital y de la expansión de la inversión de las grandes empresas estatales.

Además, dada la baja participación del consumo privado en el producto (35% contra el 70% en EE.UU. y en Chile), compensar los efectos de la desaceleración de la inversión requiere de tasas de crecimiento del consumo muy por encima del 10% anual. De otra parte, la expansión del consumo interno resultará en un cambio en la composición del producto desde la industria manufacturera y la construcción a los servicios, reduciendo la intensidad en productos primarios de su producto.

En este contexto, las cifras de los últimos meses muestran que el crecimiento de China sigue perdiendo fuerza. Preocupados por la fuerte desaceleración, las autoridades han respondido, en las últimas semanas, poniendo en marcha programas de urbanización e infraestructura, que ya eran parte de sus reformas, para facilitar las migraciones del campo a la ciudad de unos 100 millones de chinos. Pero todo indica que no están dispuestas a intentar crecer a cualquier costo, dada la magnitud de los desbalances y del riesgo asociado a una crisis más profunda, si no se enfrentan sus problemas estructurales ahora.

Por otro lado, en el largo plazo, lo más probable es que el crecimiento de China igual se desacelerará por la caída en su tasa de su crecimiento potencial. De hecho, el reciente estudio del Banco Mundial y el Centro de Investigación para el Desarrollo dependiente del gobierno chino, titulado «China 2030: Building a Modern, Harmonious, and Creative High-Income Society», concluyó que la tasa de crecimiento potencial de China se va a reducir a un 7% en el quinquenio del 2016-20 y a un 5,5% en la década de 2021-30.

Implicancias para Chile

Todo apunta a que el escenario benigno que enfrentamos en años recientes -alto precio del cobre, favorables condiciones financieras internacionales y expansión de la capacidad productiva del cobre- no se va a mantener. Este escenario y la reconstrucción posterremoto permitió acompañar las buenas políticas macroeconómicas e instituciones del país para lograr altas tasas de crecimiento.

Ahora, la minería del cobre enfrenta una tormenta perfecta, con una caída en el precio del cobre, un aumento en los costos laborales durante los años de bonanza, que es difícil de revertir, un aumento en los costos energéticos y condiciones financieras internacionales menos favorables. Esto ya ha resultado en una menor contribución de la minería a los ingresos fiscales y una disminución de la actividad relacionada a la minería.

Si esto es parte de una tendencia más permanente, entonces no es óptimo pensar en que podamos ajustarnos con déficits transitorios u otra combinación de políticas contracíclicas expansivas. Una mayor desaceleración de China solo exacerbaría estos efectos.

 

En estas circunstancias, mantener un alto crecimiento va a ser difícil y las oportunidades para hacerlo están en remover obstáculos internos que lo limitan. En esto, la lista es larga y ya la he subrayado en columnas anteriores: energía, infraestructura, competencia, eficiencia del Estado, calidad de la educación preescolar, básica, media y técnica, y flexibilidad laboral. Para resolver estos problemas, es necesario no solo ajustar políticas, sino que también fortalecer las instituciones.

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